A pesar de que llueve, camina lentamente por el
medio de la plaza. Hay resignación e impotencia en sus pasos. Ya no hay nada
que lo pueda sorprender. Quiere llorar y no puede. Quiere gritar pero calla.
Quiere hablar pero no importa. Solo le queda escribir.
Entra a su casa sin dejar que su familia lo vea y
se encierra en el estudio, enciende el computador y enciende la música a todo
volumen para no escuchar nada ni a nadie. Debe superar la conmoción de lo que
ha visto. Un escalofrió le recorre el cuerpo, es el momento de que la escritura
hable.
No hay orden en sus palabras, el proceso consiste
en escupir el alma sobre la pantalla en blanco. El caos de las frases se
confunde con el de los sucesos. No es coherente lo escrito, pero tampoco lo es
la atrocidad que se describe. Se detiene para aclarar los pensamientos, pero
todo es confuso y rápido. Se sirve un vaso del vodka barato que mantiene en el
estudio. Respira profundo mientras se le escapa una lágrima.
Vuelve a la pantalla y comienza a releer. Ahora
el recuerdo es un poco más claro. Cuando el sopor de la conmoción pasa, el
dolor y la indignación aumentan. Reformula lo escrito y le da forma de noticia,
sin escatimar en las metáforas que reemplacen la crudeza de los detalles. Las
palabras están listas.
Toma el teléfono y llama a un conocido que
trabaja como editor de un diario, le comenta lo sucedido. Pacta el envío de la
nota a cambio de la promesa de que va a ser publicada, pues esta vez no importa
el dinero. Cuando la llamada procede a cumplir lo acordado.
Ya no hay nada para hacer. Cumplió con su parte
pero no le basta, la impotencia sigue y arranca el llanto. Llora como nunca,
golpea la mesa y bebe el vodka como desposeído. La música suena hasta que de a
poco se calma.
Sale del estudio y saluda a su compañera. Ella
nota sus ojos rojos y siente el olor a vodka. Entiende que algo grave a
sucedido, pero espera a que sea el momento para escuchar. El silencio se toma
por un momento el comedor, hasta que después de unos minutos comienza el
relato. Lilia lo escucha atentamente sin interrumpir, cuando la historia acaba
revienta en llanto. Al cabo de un par de horas se acuestan y en un sueño
intranquilo esperan que comience un nuevo día.
Cuando comienza la mañana sale a comprar el
diario. Lee su nota, la que identifica al asesino que acribilló a dos de sus
compañeros. Se relee con la corazonada de que no vuelve a escribir jamás, pues
semejante denuncia cuando menos lo piense la vida le va a costar, pero es su
pequeño aporte para que el país pueda mejorar.
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