“El periodismo es
una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación
descarnada con la realidad”
Gabriel García
Márquez
La Real Academia de la Legua Española, al
momento de explicar lo que es un escritor y un periodista, brinda un par frases
asépticas. Lo único que tienen en común las definiciones es la capacidad de
escribir de un individuo. Hay un tratamiento diferenciado, como si fueran profesiones
distintas. Pero en el mundo real no lo son. Están tan relacionadas entre sí que
es imposible diferenciarlas.
Se trata de oficios necios y formas de ser que
no se aprenden en salones de clases, hay experiencia y calle de por medio. Es la
voluntad de hacer las cosas sólo por el deseo de hacerlas. Un escritor es una
persona que vive por y para escribir, no solo del hecho aislado de imprimir
cuartillas y obtener un rédito económico, se trata de la pasión que se
despliega a cada instante, de una necesidad de plasmar con palabras de manera
elocuente una historia, un sentimiento, o cualquier momento que haya estremecido
alguna parte del vacío al que llamamos alma.
De igual manera un periodista es una persona
que vive a través de las palabras, no solo del hecho aislado de escribir y
recitar cuartillas a cambio de un par de pesos, se trata de la vocación que
aparece a cada instante, de la ansiedad dar a conocer de la mejor manera una
historia o un hecho que haya conmovido al autor en lo más profundo de su ser.
Las motivaciones y funciones de
escritores y periodistas están tan relacionadas que se hacen indisociables. Es
imposible encontrar un límite claro entre oficios, pues en el fondo se trata de
lo mismo con diferentes palabras. Se debe hablar de periodista/escritor así no
figure en la Real Academia
de la Legua.
Pero la parte esencial es la
función del periodista/escritor. Desde el momento en que la escritura se
establece como costumbre de los pueblos, las historias se inmortalizan para las
generaciones futuras. Escribir se consolida como la mejor herramienta para
entender el alma de las sociedades a través del tiempo y el periodista/escritor
su ejecutor y testigo.
Cada momento de
la historia argentina ha tenido más de un cronista que con su trabajo ha
permitido una operación contradictoria, aclarar y complejizar los relatos. Basta
recordar que durante “La Restauración” surgió la pluma de Esteban Echeverría y durante
la consolidación de la Nación Argentina se publicó la obra máxima de José
Hernández. Tan solo son un par de ejemplos, pero muestran como en cada proceso,
en cada era que altera el orden social, que pone a prueba el carácter de los
pueblos, surgen hombres que elaboran los testimonios que a pesar del paso de
los años todavía inquietan.
La historia Argentina –o de
cualquier otra nación- no sólo está en la acumulación de fechas y de nombres
que se conservan en manuales y libros. También se encuentra en la sumatoria de
los diversos relatos que recrean grandes sucesos o actos cotidianos. Es tan
ilustrativa la lectura de la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”
de Rodolfo Walsh, como un artículo anónimo en Wikipedia llamado “Proceso de
Reorganización Nacional” o los diarios Clarín y La Nación de esos años. Aunque
las visiones sean sustancialmente distintas, jamás dejan de ser validas.
En síntesis, un
escritor/periodista tiene como función la escritura de un momento social
determinado, no importa si utiliza las cinco W (que en español son el qué,
quién, cómo, cuándo y dónde de una noticia), o se deja llevar por la
imaginación y alucina con realidades mágicas, situaciones macabras o alterando
casos reales. Es indiferente si lo hace a través de notas de diario, o en medio
de cuentos y novelas.
En cada momento crítico de la
historia argentina, aparecen escritores/periodistas para cumplir la labor de
plasmar para las generaciones presentes y futuras las contradicciones de una
época y la historia de los pueblos, sin importar riesgo ni el precio a pagar.
Parafraseando a Rodolfo Walsh con el compromiso de dar testimonio en momentos difíciles.